Hace pocas semanas reconocía el profesor titular de Historia Contemporánea, Fernando Arcas, que los errores en las tildes son tan habituales que el sistema se ha relajado hasta tal punto que no se tienen realmente en cuenta a la hora de evaluar un examen. Y lo asumen como algo natural, de los nuevos tiempos.
Muchos hablan de "alumnos digitales", caracterizados por la falta de lectura, el uso indiscriminado del idioma de los SMS y de las redes sociales, lo que lleva a una relajación en su ortografía e incluso con su lenguaje.
Pero el siglo XXI no puede ser el siglo de la involución, la antesala del XXII en que nos comuniquemos a graznidos y mugidos, y resulta sensato poner un coto a esta debacle intelectual que nos rodea. Desde luego que no tengo la fórmula mágica para atajar el problema, pero sí que tengo claro que con la permisividad en las aulas mal vamos.
Aunque si tenemos en cuenta que muchos documentos judiciales y policiales no es que contengan errores de acentuación, sino faltas de ortografía puras y duras (¡ay, qué olvidadas están las reglas de la H!), qué vamos a pedirle a la juventud con el ejemplo que les da la Administración de Justicia. Además, a los adolescentes hay que quererlos bien y acariciarles el lomo, que nos tienen que pagar las pensiones.
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