El derecho a lo torcido

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martes, 5 de mayo de 2009

El abogado preventivo

Pasan los años y me sigue sorprendiendo que acudir al abogado sea una disciplina cultural. Los británicos acuden a su abogado frecuentemente, -dicen en el argot, que casi para ir al aseo-, por no ser más soeces.

No pretendo convencer de la necesidad de un abogado en su vida, pero sí de que dejando las cosas para el último momento, dificultan en grado sumo una defensa.

Porque un médico no puede atajar una enfermedad en grado terminal del mismo modo que cuando ésta se detecta inicialmente. En el primer caso posiblemente sólo podamos aplicar cuidados paliativos, y en el segundo, hay una alta posibilidad de salvar al paciente.

Como he comenzado, insisto en que nos encontramos ante una disciplina cultural. ¿Qué hace al hommo hispanicus acudir al abogado tan sólo cuando su estado es agónico y terminal? Efectivamente, sólo llega por necesidad, cuando considera peor el resultado de un problema que la circunstancia de acudir al malicioso chupasangre que se esconde tras la placa de abogado.

Sin embargo, de las encuestas se desprende que un 5 por ciento de los casos que llegan a un abogado no acaban en un juzgado, pero esta cifra podría ser mucho mayor –con la consiguiente descongestión de la Justicia- si la consulta se realizara antes. Para ello, el Consejo General de la Abogacía Española ha iniciado una campaña publicitaria de concienciación para que los ciudadanos vean al abogado no como un “solucionador”, sino como un profesional capaz de evitar que una situación aparentemente inocente se convierta en un hecho grave.

Claro que también habrá quienes opinen que hay abogados ávidos de sangre que enmarañan y convierten la situación inocente en la más grave. Pero esa es otra historia.

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