El derecho a lo torcido

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viernes, 22 de abril de 2011

Sade y el escándalo de Marsella

"Algunas mujeres gritan histéricamente, otras, dominadas por un fuerte temblor, se arrojan al piso donde se revuelven sin parar. Otras mujeres han empezado a desnudarse en tanto lanzan gemidos de intenso e insatisfecho placer [todo, consecuencia de la pócima afrodisíaca suministrada por Sade]. Pero no son ellas las únicas en sufrir esa extraña colectiva enfermedad. También, los hombres van de aquí para allá, como perros rabiosos, gesticulando, gritando obscenidades y luego… Luego se suceden escenas del más crudo sexualismo. […] Una mujer casi completamente desnuda se asoma al balcón ofreciéndose a los hombres, otras siguen su ejemplo, una de ellas, más frenética que otras, se lanza de cabeza al vacío".

Guy de Massillon, El goce y la crueldad, 1966


A fines del siglo XVIII, el marqués de Sade organizó una orgía en la ciudad de Marsella. Pero no fue una orgía cualquiera, pues decidió utilizar un potente afrodisíaco conocido como cantárida. Para que pasase desapercibido, y puesto que este afrodisíaco puede mezclarse fácilmente en la comida o bebida, decidió que fuera en la cena donde utilizarlo.

El resultado fue el narrado siglos más tarde por Guy de Massillon, con final trágico, ya que tras la gran excitación de los comensales, fueron muchos los muertos y enfermos como resultado de las altas dosis de cantárida suministradas en la cena. La dosis mortal de la cantárida es de dos centigramos, lo que hizo que la cena se convirtiera en una orgía mortal.

Como consecuencia de los hechos, la justicia francesa intervino, aunque el marqués de Sade se salvo por contar con influyentes amistades.

Más tarde sería trasladado a Bicétre, institución mitad manicomio mitad cárcel, conocida en aquel tiempo como la Bastilla de los canallas, donde alienados mentales, mendigos, enfermos de sífilis, prostitutas y peligrosos criminales convivían hacinados en condiciones infrahumanas. A Sade se le diagnosticó para su ingreso «demencia libertina» y permanecería allí (y en otras instituciones) recluido hasta su muerte.

La literatura de Sade es sencillamente brillante, por su manejo del lenguaje y por el humor negro que destila su obra. La provocación en grado superlativo y el escándalo como meta, en una constante lucha por evitar el aborregamiento de las masas, aunque fuera predicando el amor (o sadismo) libre.

Como no podía ser de otra forma, el poder establecido y la Iglesia acabaron con él, y sólo las libertades que trajo la Revolución Francesa llevaron aire fresco a su vida, si bien de modo limitado, ya que el poder revolucionario establecido tampoco quería perturbaciones significativas.

Especialmente remarcable su relato corto titulado "Diálogo entre un cura y un moribundo", en el que expresa su ateísmo mediante el diálogo entre un sacerdote y un viejo moribundo, quien convence al primero de que su vida piadosa ha sido un completo error.

Así como la novela "Los 120 días de Sodoma", que aunque no terminada, glosa una amplia variedad de perversiones sexuales perpetradas contra un grupo de adolescentes esclavizados.

Aprovechando que me estoy deleitando grandemente con su lectura, os extracto un pasaje digno de mención: "Tenía cuarenta y cinco años, cara de rasgos delicados, muy bellos ojos, pero una boca perversa y dientes podridos, cuerpo blanco y sin vello, trasero pequeño y bien formado y un miembro de cinco pulgadas de circunferencia, por seis de largo. Idólatra de la sodomía, tanto la activa como la pasiva, y más de ésta que aquélla, se pasaba la vida haciéndose dar por el culo, y este placer, que nunca exige un gran consumo de fuerza, se acomodaba con lo menguado de sus medios".

Menos Baroja y más Sade. Contra el aborregamiento en las aulas.

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